Cosas de Familia: Los Señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón


 RISA SEGURA



El año 1957 supuso un punto de inflexión en la historia de Bruguera. Los cinco grandes de la primera generación o generación del 47, esto es, Cifré, Escobar, Peñarroya, Giner y Conti (si, muxhaxho, mal que nos pese), cogieron sus bártulos y se fueron con sus monos a otra parte, hartos de ser explotados por la editorial, de no tener derecho a tener derechos. Esto abrió las puertas a la segunda generación, la del 57. Que las puertas que se abrieran fueran las de una jaula es tema aparte.
Uno de los componentes de esta segunda generación es uno de mis autores de historietas cómicas más admirado, y creo que muchas veces no apreciado en su justa medida. Y fue en el año 57 cuando hizo su entrada en Bruguera. Nacido en Badalona en 1927, Robert Segura Monje, comienza su andadura en la editorial Bruguera a través de la agencia Creaciones Editoriales (una agencia de distribución de cómic e ilustraciones, formada en 1948 y perteneciente a Editorial Bruguera). Y en 1959, en la revista Ven y Ven, un matrimonio sin hijos y el hermano de la esposa ven la luz.
Los señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón parecen la continuación lógica de Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte. Es como si Rigoberto, perdedor eterno, hombre de lo más común, hubiera logrado al fin la mano de la bellísima Curruquita como postrer triunfo. 



 
Pero Arturo Alcorcón, aún siendo un personaje parecido al Picaporte, tiene algo a su favor: es más joven y tiene pelo. Dentro de un mundo de calvos como es tradicionalmente el universo Bruguera, muchos personajes de Segura destacaban por tener sus buenas guedejas.  Y  Arturo Alcorcón tiene una espléndida mata de pelo negro y ondulado. Pero tiene una desgracia; un cuñado que rompe siempre la monotonía del matrimonio Alcorcón con su forma de ser, siempre contra corriente. Si Arturo es trabajador (más le vale, pues es su trabajo el que mantiene a la familia. Más que trabajador es trabajante, como casi todos nosotros), Pepón es, como dice el título, un holgazán. Aunque más que holgazán, que también, es el último anarquista, con una visión de la vida tan personal que queda fuera de la sociedad automáticamente y por decisión propia. Pepón no es vago, es un vividor, pero en el buen sentido. Quiere disfrutar la vida sin grandes artificios, posee una filosofía propia. Es un outsider. Y si por alguna razón, casi siempre por la insistencia del marido de su hermana, intenta integrarse en la sociedad, ser alguien de provecho, la catástrofe está garantizada.
El verdadero precedente de los señores de Alcorcón son los Rebóllez. Segura creó en 1957 a Rebóllez y Señora, una serie sobre la cotidianidad de un matrimonio de clase media. Empezaron siendo una señora flaca y un tipo mucho mayor, bigotudo y calvo, evolucionando a una señora de muy buen ver (y Segura hacía unas chicas monísimas) y un tipo no tan mayor. 


 
Pepón es llamado en una historieta (de hecho, anunciado por un ujier de unos marqueses al presentarse en una fiesta de alto copete; los señores de Alcorcón, al igual que los esposos Pío, quieren ascender en la escala social) como Pepón Pepónez de la Peponera. Aunque presente en el título de la serie, Pepón era un secundario cuyo papel era parasitario. Se trata de un tipo regordete, haragán, que se pasa la vida tumbado en un diván viendo la vida pasar; cuando ha de levantarse para hacer algo a instancias de su cuñado, acaba y amargando la vida al matrimonio que le acoge, pero acabó haciéndose con las riendas de la serie. 








Por un lado, su hermana, (cuyo nombre no he logrado averiguar, dudando de su existencia)bien por lástima o por amor filial, le sobre protege, apiadándose de él, siendo comprensiva con su vagancia y argumentando que “Peponcito” es un  “pobrecillo incomprendido”. Arturo, por el contrario, no soporta la actitud pasiva (de holgazán) de Pepón, instándole de modos muy vehementes y frecuentemente violentos (a patadas) a mover algo más que un dedo para contribuir de una maldita vez a la economía familiar. Arturo ha de sentir una envidia insana ante la actitud de su cuñado, pues se trata de un abnegado oficinista que pretende subir en la escala social, nunca satisfecho con lo que tiene, mientras que su cuñado es ajeno a todo esto y no parece querer cambiarlo. Habitualmente estas historietas comienzan con un ataque contundente de Arturo contra Pepón, inconsciente de que por culpa de esta acción, se provocaran una serie de catástrofes, debido a la ignorancia de Pepón en todo lo referente al trabajo y la sociedad, que repercutirán irremediablemente sobre el responsable original, el pobre Arturo. Pobre hasta  cierto punto, ya que la violencia con que el señor Alcorcón arremete contra Pepón, que no estaba haciendo nada, hace que Pepón se gane nuestras simpatías desde el principio. Aparte de ser un retrato ácido de la, por lo visto, frecuente figura del cuñado haragán, la historia parece la de un matrimonio con un hijo vago, con su madre protectora y su padre autoritario. Y el hijo, a pesar de todo, quiere a ambos progenitores. Y a su padre le llama cariñosamente “papá”. Salvo que lo que Pepón llama a su cuñado, no menos cariñosamente, es “nene”; incluso se refiere a él hablando con terceros como “el nene”.






La violenta actitud de Arturo hacia Pepón suele suavizarse, e incluso invertirse, en cuanto advierte con asombro que alguna de las iniciativas laborales puede rendir pingües beneficios, que no dudará en hacer revertir sobre el mismo. A fin de cuentas, tampoco le molesta tanto que Pepón no haga nada por ganarse la vida. Lo que le molesta es tener que mantenerle, merced a la protección de su esposa pasando por encima de él,  sin que aporte nada a la hucha familiar; también le molesta no lograr progresar en la vida, y le mortifica ver que esa falta de progreso, que tanto le afecta, le resbale a su cuñado. Así que en cuanto atisba una posibilidad de ascender vertiginosamente hacia lo más alto, apoyará fervientemente a Pepón, echando el resto por él. Lástima que la visión de la vida de ambos sea tan radicalmente distinta, pues la mitad de las veces, debido a malas interpretaciones, donde Pepón se ve triunfante, dentro de su restringido pero libre mundo, para Arturo no ve más que un fracaso (y nosotros, pues pertenecemos al triste mundo de Arturo), que le acarreará demoledoras consecuencias por haberse precipitado en dicho apoyo, eso sí, de lo más egoísta. En otras ocasiones, el fracaso de Pepón es tan absoluto, que la catástrofe es aún más gorda, por lo que las acciones del “hijo” revertirán dolorosamente sobre su “progenitor”, el responsable, el cabeza de familia.











Más tarde se añadiría al trío protagonista la tía Lutgarda, anciana señora de posibles, cuya fortuna revertirá en un futuro, tras su fallecimiento, en sus desconsolados herederos. Este personaje acentúa el carácter codicioso de Arturo, así como su estupidez, pues conociendo a su cuñado, si tanto desea la herencia, ¿Por qué se la endosa a Pepón? Si Pepón triunfa, se puede convertir en el único heredero, pero si hace de las suyas, las culpas revertirán nuevamente y en el mejor de los casos en Arturo, y en el peor, sobre el trío, quedándose Arturo desheredado de todas, todas. La ancianidad de la señora contribuye a que las calamidades a desencadenar sean aún más morrocotudas, los cataclismos mucho más aparatosos y accidentados, y crea un curioso contraste con Pepón. Pepón hombre del pueblo, sencillo, relativamente joven, despreocupado, acompañando a una anciana dama, rica, con modales y pedigrí.


Segura dibujaba la vida cotidiana. No tiene ningún personaje que tenga una vida extraordinaria, sino personajes corrientes que se ven inmersos en acontecimientos inconcebibles. Pepe Barrena sería la excepción, y El Capitán Serafín y el Grumete Diabolín era originalmente de Jordi Buxade; Segura la retomó e hizo suya. Aún así, tampoco son personas fuera de lo común;  son gente de perfil medio con profesiones especializadas. Segura hacía atravesar a sus personajes de a pie situaciones tormentosas y crisis repentinas, zonas de guerra domésticas, vecinos soliviantados en rebelión… Eran personas corrientes sometidas al apocalipsis a bocajarro, sin comerlo ni beberlo. Oficinistas, matrimonios, suegras, cuñados, secretarias, pandillas juveniles… Precisamente Segura fue el especialista en pandas y personajes juveniles. Ya veremos esto otro día.
Segura era un observador de la vida, un autor costumbrista que caricaturizaba la cotidianidad y la convertía en una espiral frenética y descontrolada. Todo se convertía siempre en algo que estallaba, aunque no hubiera explosiones. Las expresiones de horror, las carreras, los gritos, parecía que estaban subrayadas, rayaban el paroxismo. No era un humor sutil, era frenético. Un grito es un alarido ensordecedor, una carrera es una estampida desenfrenada, un chasco un destierro social acompañado de inminente paliza. Las historietas de Segura eran torbellinos.











El trazo de Segura llama la atención. Es frenético, dinámico, fresco, y confiere esas características a sus historias, las refuerza, ya dotados sus guiones siempre de un humor irónico y mordaz. Más que expresionista es fauvista, y nada preciosista; va a al grano, es contundente. No menos llama la atención el peculiar lenguaje que utilizan sus personajes. Si fue Julio González, editor de Bruguera, el que estableció los “berzotas, alcornoque, besugo”, etc. para insultar eludiendo la atroz censura, Segura reinventó el lenguaje de sus personajes, siendo este muy característico de sus historietas, muy rebuscado y filigranero. Robert Segura llama “mansardés” a las grandes casas o define como “mascletás” los jaleos de aúpa. Las ideas son “archimacanudas”, “Mus” llama “los pibes” a  Tinín y Gafitas o Pepón “El Nene” a su cuñado, y ambos son “la monda”; los sustos son “morrocotudos”, se exclama “repámpanos” , se “afana” o se “agencia” en lugar de robar,  algo no se pasa o coloca, sino que se “endilga”… Y algunas personas son  unos “atorrantes” o “botarates” sin remedio a las que si nos “sulfuran” queremos “defuncionarlos”…
A lo que tanto Pepón como Eufemia, la chacha de Rigoberto Picaporte dirían...
“Pos” me “paice” que tampoco hay “pa” tanto…






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